De quereres y gustos


“Ya sé que no me amas” me ha dicho últimamente mi esposa en distintas oportunidades y con algunas variantes.  Hace también ya un tiempo que no le digo “te amo”.  Me pregunto muchas veces que exactamente es lo que siento hacia ella.

Cundo no estamos bien, siento algo de rabia, de resentimiento.  La culpo por no entender.  La culpo por no entenderme.  Porque no se da cuenta que por bien intencionada que crea estar, puede estar haciendo más mal que bien con su proceder y sus intentos de corregirme.

Pero aún cuando no estamos bien ella me importa.  No quiero que se queje de no poder descansar, sino que quiero que descanse.  Que esté cómoda.  Que no sufra ni se estrese.  Que sus cosas en el trabajo le salgan bien.  Que tome las fotos que quiere tomar.  Que pase un tiempo con sus hijos.   Que pueda divertirse con y sin mí.

Y me sigue gustando.  Me sigue provocando (en el sentido colombiano del término: provocar = apetecer).

No sé si aún la amo.  No sé si alguna vez la amé.  Cuando estábamos de novios tardé en decirle que la amaba porque me parecía que era una palabra demasiado grande y yo no sabía todavía todo lo que significaba y si lo que sentía hacia ella era eso tan grande.

La pregunta va más allá.  ¿Amo a mis padres? ¿a mi hermana?

Como padre que soy ahora, estoy seguro de tener algo hacia alguien que puedo llamar amor.  Amo a mis hijos.  De eso estoy seguro, aun cuando no sea capaz de expresarlo en acciones.  Sé que ese es un vínculo que no depende de si se portan bien o mal, que no dependen de mi estado de ánimo, que no depende de aquello que nos pueda separar.

Lo demás, no lo sé.  No sé si sea otro tipo de amor, u otro grado de amor.   El Gerente nos dice que el amor no existe, que no es más que una decisión.  Aunque confiesa que sí existe el amor cuando habla de su Tigresa.  A veces me he preguntado qué pasaría si mi padre faltara y no sé, no puedo predecir o imaginar siquiera si eso me irá a doler.  Como si mi corazón se negara a sentir, amor o cualquier otra cosa.

La pregunta no es un deseo.  La pregunta es tratar de buscar una respuesta.  En estas épocas donde la homosexualidad es cada vez más aceptada, me he planteado la pregunta de si yo fuere homo o bisexual.  Y porque me la he planteado y he hecho el ejercicio mental es que llego a la conclusión de que soy completamente heterosexual.

Hay dos preguntas que me plantea esta situación.  ¿Qué exactamente es un mancrush? Y ¿Por qué es tan aceptable ver a mujeres alabando la belleza de otras mujeres mas no así los hombres?  Alguna vez creí responder la pregunta de que lo que un hombre heterosexual ve atractivo en una mujer parte de su deseo de estar sexualmente con ella, mientras que lo que el mismo hombre heterosexual ve atractivo en otro hombre es el deseo de ser como él.  Algo análogo sucedería con las mujeres heterosexuales: desean al papacito y envidian a la mamacita.

Pero descubro, con base en mis preguntas, que hay atracciones que no son sexuales.  Hay mujeres que me gustan más allá de que desee acostarme con ellas y hay varones que me atraen sin que quiera ser como ellos y sin que espere intimidad sexual alguna con ellos.

¿Qué me gusta y qué no me gusta de una persona?  ¿Qué es aceptable que me guste?

Hay un tema de tabú interesante de analizar.  Mi mente se bloquea automáticamente con la sola pregunta de si me gusta alguien de mi familia consanguínea inmediata.  La pregunta no es siquiera imaginable.  Pero no tengo problema alguno a partir del cuarto grado de consanguineidad.  Dos de mis eternas tragas son primas mías.  El tabú también va hacia mujeres demasiado viejas y demasiado jóvenes.

Lo de demasiado viejas no sé si coexista ahí una cuestión más de asco que de tabú.

Lo de demasiado jóvenes si hay una varias franjas de tabú que se han venido ajustando con los años.

Hay muchas niñas prepúberes que me parecen muy lindas, lo confieso.  Pero son eso: físicamente lindas, bonitas.  Definitivamente no son atractivas.  Mi fascinación hacia ellas no es ni remotamente sexual.  Afirmo con certeza que no es genital.  Plantearme la pregunta genera casi el mismo rechazo que plantearme la pregunta con mi familia consanguínea inmediata.

A medida que llegan a cierta edad o que pasan cierta etapa de su desarrollo ya puedo considerarlas atractivas.  Pero aquí empieza a surgir un tabú más social que me aleja de considerar a una adolescente como una posible compañera sexual.  Las puedo considerar atractivas más no deseables.

Ahora, hay adolescentes físicamente desarrolladas que sí podría considerar deseables, pero el sólo hecho de considerar su edad les resta puntos en mi escala de deseos.

Así que excluyendo varones y mujeres demasiado jóvenes, demasiado viejas o demasiado consanguíneas ¿Qué queda?  Mujeres, muchas mujeres.  Algunas mujeres que me atraen más que otras.  Mujeres feas y mujeres hermosas.  Mujeres que me atraen, otras que no inspiran y algunas que dan asco.

Pero el grupo de mujeres que me atraen es un grupo muy grande y muy heterogéneo.  Hay mujeres de veinte y algunas que bordean los 60.  Hay modelos que sólo he visto en revistas o televisión y hay muchas mujeres cercanas a mi vida cotidiana.  Las veo en la calle, o visitando a mi hermana, en una conferencia a la que asisto o un taller que dicto.

Una cosa que he notado es que la cercanía de una mujer es un gran atractivo.  Escucharla, ver cómo se mueve, sentirla cerca, son elementos que me enamoran.

Y estar casado no ha impedido que me siga enamorando.  Permanentemente me estoy enamorando de una u otra mujer que conozco.  De unas más que de otras.  Pero he seguido enamorándome.

Pero hablo de enamorarme en el sentido más relajado del término: sentir atracción hacia una mujer e imaginar su piel contra mi piel, sus labios con los míos y compartir nuestro sexo.  No implica sentimientos profundos, ni implica tampoco un deseo incontrolable de tener sexo, de consumarlo.  Puedo, normalmente, vivir con la sola imaginación o el sentir que lo puedo imaginar así ni siquiera lo imagine de verdad.

Y en ese sentido, nunca busqué que pasara nada por fuera de mi matrimonio.  Soñaba con posibles ocasiones, pero no me permití convertirlas en obsesiones.

Porque obsesiones tuve antes de encontrarme con quien se convertiría en mi esposa.  En cierta forma ella fue una obsesión que reemplazó a otra que estaba entonces vigente.

El matrimonio puede no ser más que una decisión y una costumbre, pero las nuevas obsesiones no tenían sentido así que no las hubo.

No las hubo.  Tiempo pretérito indefinido.


5 respuestas a “De quereres y gustos”

  1. El sexo (y por ende la atracción sexual) no es más que un truco de la naturaleza para evitar que nos extingamos como especie por falta de progenie. Ya hemos discutido que el amor, y por ende las relaciones románticas, también se origina en el mismo truco aunque a un nivel de sofisticación mayor. Pero que sepamos que es un truco no significa que no lo disfrutemos independientemente de que no estemos buscando el fin para el que se lo creó. Así que disfrutar de la compañía de otros (siempre y cuando el goce sea mutuo) suena a algo perfectamente válido así no haya sexo de por medio.

    Algo que he aprendido es que las parejas que viven muchos años enamoradas comparten un factor en común: disfrutan de crear cosas juntos o desarrollar proyectos juntos. Si con una pareja eso no pasa entonces no es raro que el enamoramiento disminuya o se agote. Así que si volver a disfrutar de hacer cosas juntos para “reavivar la llama” no es viable o no funciona, pues hay que considerar que la frase “hasta que la muerte los separe” data de una época cuando la expectativa de vida era de 40 años y no había oportunidad para que se dieran más excepciones a la regla.

    Buena reflexión. Te deseo mucho ánimo en el proceso.

  2. Por acá me trajo Apolo y no me arrepiento de haber llegado.
    Tu reflexión me hace pensar en muchos temas por los que he transitado en el pasado, además tu prosa me recuerda esas ocasiones en que escribía (todavía lo hago, no miento) para entender algo más que para comunicar, queriendo una respuesta más que una lectura ajena.
    Mientras te leía no pude dejar de pensar en que el enamoramiento es eso, lo que dice Apolo, una trampa química, un truco de la biología que elegimos creer para disfrutar la magia del ilusionista, pero que no está de más cuestionarlo para no terminar con quien no se quiere ni conviene.
    Al final todos queremos sexo, mejor si es con cariño, con amor y hasta con técnica. Este deseo sólo se transforma cuando se buscan otros caminos como la meditación o la oración profunda, que viene siendo lo mismo.
    Gracias por hacerme pensar.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Connect with Facebook

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.