De tragedia en tragedia


[]La primera vez que supe que había un pueblo llamado Armero fue el 13 de noviembre de 1985, cuando escuchaba esa madrugada en la radio los primeros reportes de las poblaciones afectadas por el deshielo del volcán Nevado del Ruiz. No había reportes de Armero hasta que un piloto que sobrevolaba el área dijo al aire desconcertado “Armero no existe”.

Armero era una ciudad próspera. El eje del desarrollo del norte del Departamento del Tolima, una región de gran riqueza agrícola y ganadera. Riqueza que en gran parte se debe al fértil suelo producto de erupciones anteriores del volcán Nevado del Ruiz y otros volcanes aledaños. En 1985, pronto a cumplir mis 13 años, ignoraba todo esto. Supe de Armero por la tragedia y tendrían que pasar varios años para entender que gran parte de esa tragedia pudo haber sido evitada aunque, tal vez, fue necesaria para mostrar las fallas que permitirían más adelante prevenir otras tragedias.

25 años después Colombia vive otra tragedia. Tragedia en muchos casos evitable, pero que, al igual que en Armero, es muy fácil decir ex post facto cuales fueron todas las fallas, pero muy difícil determinar cómo se hubieran podido prevenir.  Año tras año en Colombia hay tragedias producto del invierno.  Tragedias que por su regularidad no deben atribuirse a los caprichos de la naturaleza sino a la imprevisión humana.  Las lluvias causan que los ríos y aroyos se extiendan a sus máximos pero muchas personas insisten en construir sus viviendas y sembrar sus cultivos al margen de la extensión media de su caudal.  Cuando el río recupera su máximo se tragará estas viviendas y esos cultivos.  En algunos casos, como en Barranquilla, se llega incluso a pavimentar a los aroyos secos e incluirlos en la nomenclatura urbana como calles.

La prevención tiene varios aspectos.  El primero es conocer los riesgos de los diferentes lugares: dónde es probable que un curso de agua salga de su media para extenderse a su máximo; dónde bajará un lahar volcánico; dónde se presentan mayores riesgos sísmicos y de qué clase.  Sin embargo es iluso suponer que conocer los riesgos nos lleve a construit y cultivar donde tales riesgos no existan.  La cantidad de tierra existente libre de todo riesgo sería extremadamente escasa, para empezar.  Pero, al igual que ocurrió con Armero, y que se repite a lo largo de todo el mundo, esas tierras con riesgo tienen sus atractivos.

[inundación del Nilo]La civilización egipcia prosperó porque el Nilo inundaba su delta dejando tras de sí unas fértiles tierras aptas para el cultivo a gran escala.  Tras muchas generaciones los habitantes del delta aprendieron a predecir las crecidas y a controlar aspectos de la inundación y así surgió una de las primeras civilizaciones.  Otro tanto sucedería en las llanuras indundables de Mesopotamia, India y China.  La ciudad de Nápoles creció a la sombra del volcán Vesubio; y surgió y creció y sigue creciendo a pesar de que la historia de las ciudades de Pompeya y Herculano era y es conocida.  Si el Vesubio explota nuevamente y con la fuerza del año 79 d.C. será poco lo que el hombre pueda oponerle para salvar a la ciudad de Nápoles.  Muchas generaciones de napolitanos se hicieron prósperas gracias al volcán.  Alguna generación lamentará esto y se quejará de la falta de previsión de sus antepasados.

Conocer los riesgos es importante, más que para no desarrollar un sitio, para desarrollarlo inteligentemente.  Para que las normas de construcción sismorresistentes sean más estrictas donde hay mayor riesgo sísmico, para exigir mejores simientos donde haya riesgos de avalancha, para constuir sobre pilotes donde haya riesgos de inundación, etc.  Conocer los riesgos también es importante para monitorear sus causas.  Al igual de Italia, Japón convive con muchos volcanes activos y todos ellos son monitoreados día y noche para predecir cuándo uno de ellos despertará.  Y, ojalá, con la suficiente anticipación para que la población afectada pueda evacuar.  Islandia es otro país que se acostumbró a convivir con sus volcanes y si bien el Eyjafjallajökull fue noticia mundial, para los islandeses mismos fue rutina, no mayor que cuando el Eldfell amenzó en 1973 toda una de sus islas pobladas.

En Colombia hay un control permanente de varios volcanes activos, el principal de ellos es el Galeras, cerca de la población de San Juan de Pasto en el Departamento de Nariño.  Ese control nos permite saber con una buena anticipación cuándo el volcán va a rugir.  El problema, sin embargo, es que el Galeras ruge mucho pero aún no se despierta del todo.  Lo que nos lleva al tercer peligro de una tragedia: la gente se acostumbra.  En términos geológicos, un volcán que no explota en cientos de años es todavía un volcán activo.  Pero en términos de la experiencia humana, cientos de años son muchas generaciones que siguen creciendo con la certeza de que nunca ha pasado nada y, por lo tanto, no pasará.  Cada que el Volcán Galeras va a rugir, las autoridades advierten a la población y cada vez menos la población hace caso de la advertencia de las autoridades.  Cuando el Galeras se decida finalmente a despertar, los pobladores a su sombra ignorarán el peligro.  Aún no conocemos lo suficiente para distinguir un simple rugido de una erupción mayor… y tal vez necesitaremos una tragedia con varios muertos para aprender.

En la actual emergencia invernal en Colombia vemos cierta falta de previsión en nuestras autoridades (nacionales y locales) que no han establecido completamente los riesgos y han permitido asentamientos donde se sabe que hay peligro.  Pero también una falta de previsión en la misma población que ignora a las autoridades y construye en la falda de montañas que se derrumbarán o en la ronda de ríos que se desbordarán recuperarán su máximo.  También hay problemas de empresarios inescrupulosos que explotan los recursos sin la suficiente previsión para evitar tragedias; costumbres de cultivar que favorecen la deforestación y con ellos ciertos amortiguadores naturales del clima, y urbanizadores piratas que promueven asentamientos donde los riesgos son muy altos.

Pero aun cuando sepamos todo, aún cuando conozcamos los riesgos y seamos capaces de preveerlos y de planear teniendolos en cuenta, hay otro peligro: los recursos.

Prevenir cuesta.

Cuesta el salario de los investigadores que levantarán los mapas de riesgo; la adquisición de herramientas adecuadas para que hagan su trabajo.  Cuesta los años de estudio y los honorarios de los arquitectos e ingenieros civiles que diseñarán de acuerdo con esos riesgos para prevenir las tragedias.  Cuesta construir con calidad sismorresistente o con normas que permitan una infrastructura a prueba de lluvias e inundaciones.

La prevención tiene un costo social también, porque menos personas podrán encontrar un techo si exigimos que todos los techos tengan una calidad mínima.

Y la prevención tiene un costo político, porque significa gastar recursos en riesgos intangibles, recursos que podrían ser usados para cosas más vistosas o en burocracia innecesaria en la práctica pero políticamente lucrativa.

Reparar también cuesta.

Y el costo de la reparación puede se mayor que el de la prevención aún si nuestra única medida de costo es la plata.  Porque, desde luego, hay cosas que ni la plata repara como son las vidas perdidas.

Pero, políticamente y en la psique de la mayoría de nosotros, es más rentable gastar más en reparar que lo que se gasta en prevenir.  Porque el costo de reparar es un gasto tangible porque el riesgo ya se manifestó y no el intangible de un riesgo que podría no manifestarse.

Es fácil, ex post facto, decir que pudimos prevenir una tragedia.  Si tan solo los pobres no construyeran en la orilla de los ríos, o si tan solo las corporacionea autónomas regionales hubieran hecho su trabajo, o si tan solo el gobierno hubiera construido los jarillones, o si tan solo las autoridades hubieran atendido las voces de alarma y hubieran obligado a la gente a evacuar.  Pero, la verdad, me temo que necesitaremos muchas más tragedias para entender que prevenir es realmente una inversión que necesitamos hacer.


93 respuestas a “De tragedia en tragedia”

  1. Muy de acuerdo con lo que expones en tu entrada. Lo que me parece también muy preocupante, es que ante estas tragedias se asume a la naturaleza como un ogro de nuestras civilizaciones “es que el río se desbordó” o “es que el volcán erupcionó” cuando somos nosotros quienes le cambiamos el curso a los ríos, los tapamos o construimos al borde de los volcanes cuando sabemos que son activos.

    A los colombianos nos hace falta prevención y planeación al mediano plazo, pero también mucha comprensión y respeto por la naturaleza como una fuerza enormemente sabia que recupera el cauce de sus ríos y el territorio de sus volcanes. Pudiéramos, si quisiéramos, convivir con todos estos fenómenos naturales, pero estamos afanados por cubrir mediocremente las necesidades básicas que tampoco están previstas en nuestros inexistentes planes a término medio.

    Laura

    • Gracias Laura por tu comentario. Aunque prefiero no darle epítetos como “sabia” a la naturaleza es claro que aun nos falta conocer mucho pero, sobre todo, que aún conociendo ignoramos el peligro por pereza o codicia.

  2. El problema amigo es que en este pais del sagrado corazón el verbo prevenir no existe. Súmale a eso que cuando recoges plata, comida e insumos para ayudar a los damnificados, siempre queda una gran tajada para los “auxiliadores”.

    Como bien dices, el trabajo de la prevención no se ve. El de la reparación si. Cuando todo queda destruido o inundado cualquier cosa que se haga se nota, y eso se traduce en votos y soporte del pueblo.

    Un saludo y seguire pasando por acá.

    • Me gustaría ser un poco más optimista con respecto a que de las lecciones se aprende y que cada vez seremos más responsables, pero no es nuestra naturaleza humana. Y no es cuestión de que seamos tercermundistas o bananeros, simplemente que somos humanos.

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