Matrimonio: un buen negocio


Bloguero invitado: Andrés Meza Escallón*

Yo soy de los que piensa que casarse es como montar una empresa en sociedad: no es para todo el mundo y lo más importante es que la socia le inspire a uno una confianza de proporciones bíblicas.

En efecto, montar una empresa no es para todo el mundo, por lo que la mayoría de la gente se siente cómoda en el papel de empleado de alguien más. Claro, también están los independientes o FreeLancer, quienes padecen las desventajas de los empresarios y las desventajas de los empleados con casi ninguno de sus beneficios, pero esa es otra historia. Para propósitos de nuestra analogía, sigamos con los casados / empresarios.

Primero, es clarísimo que casarse es como tener una empresa con una socia y una asamblea de socios chiquitos pero cansones. ¿O es que creen que los suegros, padres, tíos, hijos no quieren meter la cucharada en sus decisiones “de pareja“?  La sabiduría popular ya advierte que “uno se casa con la esposa y la familia de la esposa” y viceversa.

Segundo, montar una empresa o casarse implica tener recursos o estar en condiciones para generarlos. También implica obligaciones (de ahí el tradicional “el que tiene tienda, que la atienda”) que van desde las más obvias (como cumplirle a los proveedores, empleados y clientes) hasta las que uno desde afuera no ve (tributarle al Estado o llevar registros contables). En el caso del matrimonio, obviamente se espera de los cónyuges que tengan tanto sexo como sea posible y sostengan los gastos de la casa, pero también que respeten el contrato que firmaron.

También cuando se monta una empresa se debe tener muy clara la razón social, o el propósito para el que creó. Si es una fundación, debe tener clara su función social, si es con ánimo de lucro, de tener muy claro cómo espera obtener beneficios. Obviamente ambos enfoques no son excluyentes, pero se debe tener muy claro cuál es el prioritario. Por el lado del matrimonio, se debe tener claro para qué se casan los cónyuges:  ¿para criar una familia? ¿Para consolidar un patrimonio? ¿Para emprender un proyecto de vida conjunto? Nuevamente, estos propósitos no son excluyentes, es más, se espera que se complementen, pero si no se tiene en mente ninguno de esos tres, ¿para qué casarse?

Cuando tenemos empresas también se debe tener claro que a veces se gana y a veces se pierde. Pero si después de un tiempo uno se da cuenta de que la relación beneficio / costo ya no mayor que cero, ¿para qué  mantener la empresa?  Con los matrimonios pasa lo mismo: si el balance entre las cosas positivas y las negativas ya no es positivo, pues ambos deben hacer una reingeniería para rectificar el rumbo o irse cada uno por su lado. Bien lo decía Chiquinquirá Blandón: “un amor que sirva o un adiós que libere”.

Por otro lado, cuando monta una empresa en sociedad, más importante que la socia sea una genio de las finanzas, es que inspire confianza. Si sospecha que la socia le puede robar o que no es competente para encargarse de la empresa temporalmente si llega a faltar, ¿para qué arriesgarse?

Después de todas estas consideraciones, quienes todavía quieran casarse pueden estar haciendo un mejor negocio que estando solteros. Un matrimonio es una plataforma que da suficiente estabilidad para arriesgarse en proyectos de largo plazo (tener casa propia, criar hijos y nietos, desarrollar una carrera, etc.). Y para muchos, esos son los proyectos que valen la pena.

Por Andrés Meza Escallón. (@ApoloDuvalis)
Autor de La cantera de palabras

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