Hace unos años cuando estaba entre mis 20 y 25 años pensaba que el matrimonio era algo que nunca iba a estar en mis planes; como cualquier ser humano de esa edad me creÃa inmortal y temerario y dado que mi hÃgado estaba en perfecto funcionamiento y mi colon no se manifestaba de ninguna manera pues me la pasaba de fiesta en fiesta.
Eran tiempos bonitos, una novia joven y atractiva y muy pocas responsabilidades, ¡oh juventud, divino tesoro! Pero esos años pasan tan rápido como se disfrutan. De pronto uno deja de ser el audaz jovencito que frecuenta los sitios de moda y tiene miles de amigos, para convertirse en un adulto joven con barriga incipiente.
Las visitas al médico son ahora frecuentes y el vendedor de la droguerÃa ya sabe que uno va por una caja de Omeprazol. El inevitable paso del tiempo y el reloj biológico le pellizcan a uno el culo y bueno, de repente la idea de casarse se considera seriamente.
Entonces uno dice ¿por qué no? Casarse con la novia de toda la vida, esa mujer que lo hace a uno sonreÃr, conoce sus gustos, sus más oscuros secretos y la ruta indicada para una segura y deliciosa ‘petit morte’ conjunta.
Seguramente ya no serán los fines de semana de amigos, juegos de mesa, asados y borracheras memorables; pero estarán la inversión millonaria en la boda, la conversión inmediata al catolicismo para hacer el cursillo y poder casarse, la fiesta y el recibir regalos repetidos. Estarán las idas al supermercado para hacer mercado, contratar a una señora para que cocine y haga el aseo, pagar la cuota de la casa – carro – posgrado, y por supuesto, hacer un avance con la tarjeta de crédito… otro… otro… el último de este mes.
Ya no habrá que lidiar con los amigos borrachos ni ir a recoger los controles del Xbox a la casa de Daniel; ahora habrá que discutir con el plomero porque ¡Cómo va a costar tanto ese arreglo! Y asà sucesivamente, una novedad tras otra, una nueva responsabilidad y una noche más en la que uno se da cuenta de que ¡nos dormimos sin tener sexo!
Pero en el fondo de todo uno busca eso, tranquilidad, saber que tiene donde llegar a dormir y donde comer, la sensación placentera del abrazo y los besos honestos de la otrora novia joven y atractiva, ahora esposa despelucada y ‘gordita’.
El matrimonio vale la pena, pues como dirÃa un amigo ‘asà uno siempre tiene qué hacer los viernes por la noche’.
@hacemeun14
Nota: ¡yo si me quiero casar!