Tras el terremoto de Haità en enero de 2010 escuché muchas voces denunciando el hecho de que el gobierno de facto (quien garantizaba el orden público, distribuÃa las ayudas, organizaba a los escuadrones de rescate, etc.) era el ejército de los Estados Unidos y no las autoridades haitianas. Pero esas crÃticas no llegaban a la descalificación del hecho. Las crÃticas venÃan de una declaración de principios antiimperialistas pero parecÃan razonables en reconocer que de otra forma no hubiera funcionado.
Tal vez las crÃticas más duras venÃan del propio interior de los Estados Unidos y no por el temor imperialista sino por los recursos gastados, -aunque, igual, esas personas parecÃan reconocer que si no se actuaba asà tendrÃan luego a sus puertas un problema de refugiados—.
En estos últimos dÃas nos enfrentamos a un nuevo reto humanitario. Una larga racha de sequÃa ha afectado el oriente africano afectando principalmente a Kenya, Sudán, EtiopÃa, Eritrea y Somalia. A pesar de sus recientes guerras (incluyendo la independencia de Sudán del Sur), en Sudán, EtiopÃa y Eritrea la comunidad internacional ha podido ofrecer su ayuda a través de distintas ONG y de los propios estados que administran su presencia.
La situación en Somalia es cláramente diferente. No hay un estado como tal que goce de suficiente control, estabilidad y reconocimiento. Hay estados de facto comandados por caudillos guerreros que han desplazado a las ONG internacionales y a cualquier estructura de organización estatal interna.
Antes de la hambruna, las principales noticias de Somalia venÃan por cuenta de sus piratas. Ante la ausencia de un estado formal con su respectiva armada, los propios caudillos asà como otros aventureros se lanzaban al mar en proyectos que combinaban proteger las aguas nacionales de Somalia y extorcionar a buques extranjeros para lucro personal.
Sin embargo, a pesar de esta reciente piraterÃa y a pesar de la presente emergencia humanitaria de la hambruna, la comunidad internacional no se atreve a intervenir en Somalia.
Hay dos grandes diferencias entre Somalia y HaitÃ. El primero es que Haità ha estado en años recientes en un proceso de consolidación institucional y, aunque sus recursos internos sean insuficientes, hay un gobierno, hay un estado con suficientes garantÃas de estabilidad, cierto grado de control y con reconocimiento internacional. Segundo, ese estado permitió, aceptó o incluso invitó a las fuerzas militares de los EE.UU. para que apoyaran y lideraran las labores de rescate y reconstrucción.
Tal vez Haità sea un estado fallido. Pero hay un estado.
Somalia ni siquiera es un estado fallido, y cualquier cosa que medio pretenda ser un estado allà rechaza fuertemente la intervención extranjera. Cualquier fuerza internacional, sean los EE.UU., la OTAN, la Unión Europea, incluso los mismos cascos azules de la ONU, serán rechazados por los caudillos guerreros.
Ya los paÃses del primer mundo tienen suficientes guerras pretendiendo combatir el terrorismo en Irak y Afganistán, o acudiendo a la ayuda de los hasta hace poco rebeldes y hoy reconocidos lÃderes libios como para entrar a una aventura militar con el objetivo de imponer ayudas humanitarias a una población que se está muriendo de hambre.
Es una idea difÃcil de vender al interior de sus propios paÃses y difÃcil de vender frente a una comunidad internacional que está harta de intervencionismo.
A veces me pregunto si el concepto de «estado fallido» no es más que una justificación para un nuevo colonialismo. Claramente el caso de Haità nos muestra que hay estados que no tienen los recursos suficientes para atender las necesidades de sus propias poblaciones y que la intervención internacional puede ser un alivio necesario cuando es dirigida por paÃses que sà tienen esos recursos. Tal vez pensar en un nuevo colonialismo sea una propuesta polÃticamente incorrecta pero no del todo absurda e injustificable.
Pero del término también se abusa.
Muchos han querido ver en la Colombia pre-Uribe a un estado fallido y justifican su tesis en que en un gran número de municipios las autoridades civiles habÃan sido desplazadas por amenazas de las Farc. En que en gran parte del territorio las autoridades de facto eran las guerrillas o los paramilitares.
Sin embargo, estoy seguro que si en 2001 hubiera habido una emergencia humanitaria como la de Somalia en 2011, o la de Haità en 2010 (o como la reciente emergencia invernal aquà mismo en 2010–2011) hubiera sido el estado constitucional apoyado por sus fuerzas militares quienes hubieran administrado las ayudas y no caudillos rebeldes o fuerzas armadas extranjeras.
Esta tesis no implica que la existencia de un estado funcional sea garantÃa suficiente para evitar el drama humanitario. Los problemas que ha tenido la administración de Santos para subsanar los problemas de la reciente emergencia invernal en Colombia no implican que Colombia sea un estado fallido. Los propios EE.UU. que cumplieron un papel aceptable (tal vez incluso bueno) administrando las ayudas en Haità tuvo problemas administrando la emergencia causada por Katrina en Nueva Orleans.
A pesar de la corrupción y la ineficiencia del estado (nacional o regional). A pesar del aparente abandono. A pesar de la existencia todavÃa de caudillos rebeldes, aún los colombianos no hemos caÃdo en un estado de abandono y desesperanza.
Aun no se llega al estado de que las madres tengan que abandonar a sus hijos más pequeños a que mueran de innanición con la esperanza de que sus hijos mayores logren llegar a un campamento de refugiados al otro lado de la frontera. (No descarto que pase en casos muy puntuales, solo que está lejos de ser algo generalizado como sà pasa en Somalia.)
Quienes en 2002 creÃan que Colombia era un estado fallido encontraron dentro de la misma institucionalidad colombiana una solución de su agrado.