Nothing Worse Than Wasted Talent


Sé que estoy haciendo algo mal.  Lo sé.  Si no no sabría cómo explicar que las personas a mi alrededor estén felices y contentas insertadas como miembros productivos de la sociedad mientras yo me estrello una y otra vez con mi incapacidad de lograr lo que se espera de mí.

The saddest thing in life is wasted talent. — Lorenzo Anello a su hijo C. en A Bronx Tale

Esta percepción de fracaso constante se ha ido apoderando cada vez más de mí.  No siempre fue así.  Cuando estaba en el colegio yo no era el mejor alumno, pero tenía mis fuertes en los que me destacaba y que me hacían ver como ese genio que triunfará en la vida por encima de sus compañeros.  Un talento por el que me destacaba.  Un talento que me haría grande.

Nunca estudié bien.  Llegaba a los exámenes con lo que había retenido de clases y no con lo que había estudiado la noche anterior.  No hacía la mitad de mis tareas ni el trabajo en clase.  Me ponía a dibujar laberintos en el cuaderno en lugar de tomar apuntes.  Pero no me iba tan mal.  De alguna forma en los exámenes lograba sacar notas aceptables y buenas que me permitían finalmente pasar el año.  Recordaba.  Relacionaba.  Analizaba.

Las matemáticas fueron mi fuerte probablemente porque allá pesa más la capacidad de pensar que la de recordar.  O tal vez porque mi mente fue particularmente diestra en la forma de pensar de las matemáticas que en cierta forma se extendía a todo lo demás.  Las matemáticas me dieron para viajar a otros países a representar a Colombia en las Olimpiadas y para haber obtenido medallas en esas competencias.

Un talento que me haría triunfar.

Pero un talento que no me ha servido de mucho en mi vida adulta.  No me ha servido de mucho el talento de recordar, relacionar y analizar.

No sé si aún tengo la mente brillante que tenía cuando era joven.  No he tenido muchas oportunidades de ejercitarla porque las exigencias de la vida adulta me piden otros talentos.  Talentos que no tuve, que no crié, que no cultivé.  El talento de cumplir.  El talento de pensar en forma práctica.

Mi capacidad de analizar me lleva a darme cuenta de muchas de mis fallas.  Darme cuenta de todas esas pequeñas decisiones que me hacen fracasar.  Pero ser capaz de ver a posteriori esto; ser capaz incluso de predecirlo a veces; no me ayudan a lograrlo.

Para actuar correctamente uno no necesita pensar nada.  No es más que una cuestión de entrenamiento.  Es una cuestión de automatizar las respuestas.  Una cuestión de olvidarte de lo que no conlleve a su fin.

No tengo la disciplina de ser disciplinado y ante eso no existe fuerza de voluntad posible que me lleve a cambiar la situación.  Puedo analizar todo hasta encontrar mis errores, pero eso no me sirve para prevenirlos.  Y tal vez ni siquiera necesite tanto análisis para prevenirlo.  Necesito disciplina para adquirir disciplina.  Y ahí hay una trampa conceptual.  Un Catch-22.

Es algo que no puedo hacer solo.  Tampoco es algo que alguien pueda hacer por mí.  Necesito un entrenador.  Ni siquiera necesito un guía.  Necesito alguien que me acostumbre a actuar correctamente sin pensar.  Todo lo demás será carreta, lo tomaré como carreta y lo desecharé como carreta.

We have a misconception that if we only cared enough about something, we would do something about it. But that’s not true.

Motivation is in the mind; follow-through is in the practice. Motivation is conceptual; follow-through is practical. In fact, the solution to a motivation problem is the exact opposite of the solution to a follow through problem. The mind is essential to motivation. But with follow through, it’s the mind that gets in the way.

— Peter Bergman

Uno de los problemas de este sobreanálisis es que empiezo a reconocer el fracaso de mis expectativas y mis acciones.  Me siento cada vez más incapaz de actuar dentro de una sociedad a la que le importa muy poco mi talento y sí mucho los talentos que no tengo.

Recuerdo que, cuando trabajé en Huawei, mi supervisor inmediato me decía que apreciaba mucho esos momentos en los que mi talento había ayudado a resolver más eficazmente ciertos problemas.  Esos momentos en los que utilicé mi habilidad para pensar por fuera de la caja y aplicar esos conocimientos que tenía, pero por los cuales no me habían contratado.  Pero a pesar de esos momentos, en el día a día yo simplemente no era confiable.  Y yo sabía entonces y sigo sabiendo ahora que mi jefe tenía razón.

Son pocos los empleadores, o posibles socios, que confíen en mí sólo por mis momentos de inspiración.  Creo aun que tengo un gran talento para dar.  Oxidado, tal vez.  Pero la falta de otros talentos: la falta de disciplina, principalmente, me llevan a seguir desperdiciando mi potencial.

O tal vez sólo deba olvidarme de lo que podría ser capaz.

Emplearme en algo que no sólo no requiera pensar sino que me impida pensar.  Finalmente pensar no me ha servido de mucho en mi vida adulta.

El problema es que sí creo que hay algo peor que el talento desperdiciado y es tener que matar tu único talento sólo para adaptarte a los demás.


Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Connect with Facebook

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.