La ley de la papaya


A veces termina uno metido en unos estrambóticos debates en Twitter, probablemente porque la tiranía de los 140 caracteres nos lleva a fraccionar o simplificar las ideas y estas no son tan claras como uno quisiera expresarlas, o porque sencillamente tenemos una tendencia a observar el mundo de tal forma que confirmemos el juicio que ya hicimos del mismo y no con la mente abierta de pensar si encontramos nueva información para corregir nuestra preconcepción.

Uno de los temas álgidos del debate que se está dando es de la relación entre lo que algunos percibimos como el sentido común de la prevención y el deseo de poder disfrutar de la vida sin tener que preocuparnos de lo que no debería ser problema.

A mí me gusta caminar por la ciudad y he caminado a diferentes horas en diferentes partes de esta y otras ciudades, en ocasiones con mayor o menor temor de diferentes amenazas como toparme con asaltantes armados en Bogotá o con bandas de muchachos xenófobos en Yokohama.  A veces los temores pudieron haber estado injustificados y a veces mi falta de prevención pudo haber rayado en lo insensato.  Afortunadamente no tengo nada que lamentar, como desafortunadamente muchas otras personas más precavidas que yo sí tienen episodios trágicamente lamentables en sus vidas.

Como padre de un par de muchachos (niño y niña) que estarán entrando a la adolescencia en los próximos diez años entiendo que mi responsabilidad va mucho más allá de las precauciones individuales que tomo o no tomo cuando salgo a caminar, sino que incluyen el poder que tengo como ciudadano de formar la sociedad y más cuando entre las posibles formas que he previsto he considerado la participación directa como hacedor de leyes.

Quiero que mis hijos crezcan y disfruten de la vida con muchos menos temores de los que yo tuve.  Y que disfruten más.  No quiero tenerlos resguardados en una jaula ni en la protección de cuatro paredes sólo para que no les pase nada, sino que salgan y se la gocen.  Pero tampoco quiero que sean insensatamente temerarios y que crean que pueden hacer lo que quieran sin asumir responsabilidades por sus decisiones.

Pero si quiero que disfruten más, teman menos y no les pase nada, hay muchas cosas que puedo hacer como padre y ciudadano.  Debo darles libertad para que vayan y disfruten, pero debo darles límites que por un lado refuercen su confianza y por otro su responsabilidad.  Debo procurar una sociedad que no los trate como delincuentes por ser adolescentes, ni los desampare.  Debo buscar que la sociedad no les sea hostil cuando ellos estén en lo correcto ni cuando ellos se equivoquen.

No quiero que mi hijo el día de mañana sea acusado, falsa o correctamente, por una violación, ni que mi hija sea víctima de una.  Ni al contrario.  Que ninguno de ellos, al calor del alcohol y sus hormonas, no sepa controlarse; ni que actuando correctamente de pie a una falsa acusación; ni que sea víctima de quien no pudo controlarse o de quien creyendo actuar correctamente no lo hizo.  Debo enseñarles donde están sus propios límites porque a partir de ahí están los derechos de las otras personas.  Y debo enseñarles a que establezcan sus límites frente a los demás para que no sean ellos los abusados.  Y debo enseñarles a que sean precavidos sin vivir asustados.  A que puedan explorar y disfrutar más allá de la zona segura que yo pueda construirles.  Quiero que mi hija pueda seguir luciendo sus minifaldas que hoy disfruta en su inocencia infantil sin que eso sea una invitación a que la traten como ella no merece.

Quiero que los otros muchachos y muchachas (y hombres y mujeres más maduros) que mis chicos puedan encontrar no sean una amenaza para ellos.  Que los demás sepan respetar la voluntad de mis hijos.  Que no abusen de mis hijos ni les hagan daño.  Que sepan que si mi hija o mi hijo dicen no, entonces es no.

Quiero que los demás respeten a mis hijos porque lo correcto es respetar a los demás.  Porque, así como espero enseñarles a mis hijos el respeto al otro, a ellos otros también les hayan enseñado a respetar.  Que este mutuo respeto a nuestros mutuos derechos sea por convicción de vivir en una sociedad y no sólo por temor a la policía y los jueces que los condenarán, porque finalmente si la única razón de actuar bien es el temor al castigo, la otra solución es actuar mal y ocultar el hecho.  Pero no soy ingenuo de pensar que todos los demás (o mis propios hijos) se portarán bien sólo por convicción.

Entonces también quiero una legislación que proteja a las víctimas y un estado capaz de hacer cumplir esa protección, tanto preventiva como punitivamente.  Que el potencial agresor de mis hijos se restrinja porque sabe que el riesgo de que lo atrapen es alto.  Que el potencial agresor de mis hijos se restrinja porque sabe que si lo atrapan no tendrá excusas.

Pero esto también es ingenuo.  Es ingenuo en un país donde los ciudadanos normalmente respetan la ley porque siempre hay casos de predadores humanos que creen que pueden salirse con la suya y de predadores humanos a quienes no les importa las consecuencias.  Lo decía arriba.  Si la única razón para no hacer algo es el temor al castigo, muchos interpretarán que el verdadero problema para sí mismos no es cometer el acto prohibido sino dejarse atrapar.  Con suficiente legislación puedo proteger a mis hijos de los ciudadanos temerosos de la ley, pero no los puedo proteger de quienes carecen de ese temor.

Y en la Colombia donde mis hijos viven y probablemente vivirán cuando sean adolescentes y adultos jóvenes, los ciudadanos no nos caracterizamos por nuestro respeto a la ley.  Esto es algo que va mucho más allá del machismo o de una visión machista de la sociedad sino que se ha cimentado en años de guerra y de un estado que por años ha servido más al interés de los agentes de poder que al interés del ciudadano común.

Así yo logre entrar al congreso y desde allí impulsar y lograr aprobar las leyes correctas para que Colombia no sea un país machista donde impere la ley de la papaya no voy a lograr generar el cambio a tiempo para que mis hijos estén 100% seguros.  O 98% seguros.

Para mí no es solamente ingenuo sino que es irresponsable pretender que porque la culpa moral y penal recaiga en el potencial abusador de mis hijos, eso signifique que yo no tenga el deber de enseñarles a ser cuidadosos; porque sé que la culpa moral y penal del potencial abusador no es suficiente para que estén a salvo.

Cerca del 1% de la población humana carece de empatía: el cimiento del comportamiento moral y de que hacer daño a los demás está mal independientemente del posible castigo, y el 1% de 47 millones de colombianos son 470.000 psicópatas que si bien no todos serán violentos, su número no es despreciable.  Sumado a esto una de las más probadas tácticas de reclutamiento de menores para la guerra (también aplicable a adultos jóvenes) es borrar la empatía.  Esto es algo que hace la guerrilla.  Es algo que han hecho los paramilitares.  Es algo que también hace el estado cuando se enfrenta a una guerra, y es algo que hacen las pandillas en las calles.  Demasiadas personas para ser controladas sólo por leyes.

Sumemos la esquizofrenia y su capacidad de ocultar la realidad.  Sumemos la depresión clínica (que podría afectar hasta un 20% de la población) y la capacidad que tiene ésta de que a una persona normal no le importen en algún momento las consecuencias de sus actos.

Y sumemos todos los posibles peligros que no tienen como origen a otra persona como salir a acampar a un sitio seguro (libre de delincuentes humanos) pero perderse en el camino, caer por un barranco o toparse con un animal de presa o una alimaña ponzoñosa.

Ningún esquema de seguridad será 100% efectivo.  A un vecino se le puede escapar la boa que guarda como mascota y asfixiar a nuestro hijo en la seguridad de su habitación.  Puedo vivir en un edificio que resiste temblores de 7,5 pero estar justo el día del terremoto haciendo una vuelta en un edificio que no es sismorresistente.  Puedo prohibirle a mi hija ir a fiestas en minifalda pero justo está viajando en un bus que secuestran delincuentes altamente armados.

Por más que la prevención no sea 100% efectiva.  Por más que la sociedad sea 99% segura frente a amenazas originadas por otras personas, eso no significa que no debo enseñarle a mis hijos normas básicas de prevención.

Y por más que yo les enseñe prevención, ellos también pueden decidir no seguir mis consejos.

A mí no me gusta, aborrezco, la cultura de la papaya en Colombia.  Me parece que un alcalde, como jefe de la policía, no debe limitar su acción frente al crimen al consejo de no dar papaya.  Para mí es inaceptable que un juez absuelva a un victimario porque la víctima dio papaya.  (Si la ley existe que autoriza al juez a hacer esto, díganme, por favor, como demandarla o apoyar la demanda.)

Pero que no me guste la existencia de una ley de la papaya, no me exime de ser cauto y enseñarle a mis hijos precaución.  Y no acepto, salvo razones, que esta forma de pensar sea tachada de machismo.


Una respuesta a “La ley de la papaya”

  1. Hola Carlos, antes que nada, gracias por tomar tu tiempo para reflexionar acerca de este asunto, nada trivial, que a mí, como padre y ciudadano, también me implica. Para deslindar lo que tu señalas como un juicio establecido, te aclaro que la discusión con @JIPenC, obedece a circunstancias particulares que llevaron el tema a un segundo plano y que van evolucionando. (https://twitter.com/JIPenC/status/401481591475957760)

    En relación con la pertinencia de la prevención, tu que has caminado el mundo puedes dar fe acerca de la escala de prioridades en un país serio. Me refiero a que lo primero que se tiene en cuenta es LA VIDA y la dignidad de las personas, asunto que no es excluyente con la prevención, por supuesto. Mi punto en esto es que mientras continuemos poniendo la evitación de papayas por encima del resto de factores de protección, los cambios serán pírricos. Te cuento un poco de mi experiencia personal, soy bogotano y hasta hace un tiempo disfrutaba mucho como caminante de la ciudad en diferentes zonas, hace un par de años no permanezco en la ciudad, y he de decir que cuando la visito, no me atrae salir en la noche, que era uno de mis planes favoritos, porque me da una sensación de ciudad ‘tomada,’ en zonas como Chapinero o algunos puntos del norte y el centro, donde uno no puede andar con tranquilidad, la otra sensación es esa asfixia, artificiosa, de ciudad de centro comercial, donde la vida de la noche orbita allí. Esa no es la Bogotá que disfruté en tiempos anteriores, una ciudad de 24 horas que se sentía vital, con su bohemia y su underground conectados. Siento la ciudad castrada, pusilánime, timorata, banal.. Para no hablar de las situaciones de seguridad que he tenido que enfrentar.

    Si me pregunto por la causa de esto, una de las primeras respuestas la encuentro en la ‘Ley Zanahoria,’ que alteró el ritmo de la ciudad con el fin loable de salvar vidas, pero desde una mentalidad controladora que terminó por anestesiar la noche bogotana. Quizá eso era una medida temporal, como parte de un proceso educativo que quedó truncado en medio de los cambios de gobierno y ahí tenemos, una ciudad que en las noches es intransitable en muchos lugares, a donde no va nadie, para no ‘dar papaya’, hecho que termina entregando zonas de la ciudad a quienes abusan.

    Vivimos a la defensiva, y nos hemos acostumbrado a hacer la vida de esta manera. Quizá la situación más extrema, en Colombia, se da en las cárceles, lugares desbordados, desde donde se ejerce mucho poder, sobre los ciudadanos ‘libres’ y con el dinero de nuestros impuestos, de otra parte, las leyes, normas y procedimientos suelen ser engorrosos, supuestamente para que los tramposos no hagan lo que de suyo hacen. O sea, nos joden la vida por ambas puntas!! No sé cómo veas esta situación, pero en lo personal no me habla bien del futuro.

    A eso me refiero cuando digo que necesitamos ser radicales: para respetar vida, dignidad y reglas claras, darles prioridad, protegerla con castigos ejemplares, educar primero para la vida, legislar para ella, darle prioridad en serio y eso no será posible mientras sigamos a la defensiva.

    No se trata de que prevenir sea machista, pero cuando se nota tanto el poder de lo negativo, no se puede menos que indignarse, y poner la voz en alto, para decir: No podemos dejarnos manejar la vida por los abusadores.

    En este punto de nuestra historia, lo mío es una señal de inconformidad con este estado de cosas, el inicio de una indagación por el mundo hecho desde quienes creemos en las reglas como la mejor forma de reflejar la justicia en el juego, como el pacto implícito para que las cosas funcionen para todos, en el mayor equilibrio posible, también con la furia acumulada ante tal estado de cosas, que además de doler indigna, por eso mi identidad con el grito de @angela_col, no podemos resignarnos, y aunque no tengo todas las respuestas, la historia nos muestra casos donde la barbarie ha sido transformada, y lo han hecho personas, que, a su manera, no perdieron de vista su humanidad. Un saludo.

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