Por los próximos cuatro años


Mi primera reacción el pasado domingo 25 de mayo, cerca de las cuatro y veinticinco de la tarde cuando ya habían publicado el boletín #4 de la registraduría con el preconteo de más del 10% de las mesas y ya era clara la situación, es que no había una verdadera alternativa para la segunda vuelta. El opositor de derecha Óscar Iván Zuluaga Escobar y el presidente en ejercicio Juan Manuel Santos Calderón encabezaban la votación y los siguientes boletines lo fueron confirmando. Zuluaga con casi un 30% de los votos y Santos con poco más del 25% pasarán a votación en segunda vuelta.

No soy antiuribista, pero el uribismo no me gusta. No soy antiuribista porque no me defino en oposición a Álvaro Uribe Vélez y su doctrina y legado. Reconozco logros en su administración. Reconozco la oportunidad histórica de su mandato. Dependiendo de la coyuntura política no vería problema alguno en darle mi voto a Uribe frente a alternativas menos deseables. O en darle mi voto a un candidato uribista. Por ello mismo no tuve una reacción inmediata a que hay que votar por Santos para atajar a Zuluaga. No es mi razón de ser política, ni mucho menos, atajar al uribismo.

Pero hay cosas de la campaña uribista que no me han gustado como las mentiras sistemáticas en contra del gobierno y del proceso de paz de La Habana. No es que yo crea en el proceso de paz en La Habana. Ya antes me había expresado en que no creo que el gobierno de Santos sea el interlocutor ideal de parte de la ciudadanía y la institucionalidad colombiana. Pero una cosa es expresar opiniones, opiniones informadas y hechos basados en evidencia y otra muy distinta es armar hombres de paja y hacer insinuaciones francamente mentirosas como decir que Santos y Timochenco están entregando el país al Castro-chavismo, o jugar a ser la víctima de una conspiración del gobierno que tiene las mismas evidencias que las armas químicas que Bush encontró en Irak.

La satanización de la oposición durante el gobierno de Uribe es otro punto al que, como pirata, me opongo. No he estudiado a fondo las propuestas de Zuluaga, pero el estilo de campaña desarrollado por Uribe y otros de sus escuderos me hacen ver que esto es aún peor que durante su gobierno. El sistemático desconocimiento de la institucionalidad tales como no presentar pruebas a la Fiscalía de las acusaciones presentadas en contra del gobierno o anunciar que se desconocerán las elecciones por fraude del gobierno aun antes de que estas se celebrasen (hablo de la campaña, porque Zuluaga declaró en los debates que sí reconocería los resultados). La promesa de levantar la mesa de negociación en La Habana o de condicionarla a requerimientos que se sabe que las FARC no van a aceptar es otro asunto que juega en contra de Zuluaga y su campaña del uribista y derechista Centro Democrático.

Todas esas son cosas que cuentan para que no me sienta a gusto dándole mi voto a Óscar Iván Zuluaga Escobar, candidato de Centro Democrático.

Por otro lado está el candidato de gobierno, el actual presidente Juan Manuel Santos Calderón. Como con todo gobierno que conozco, Santos ha tenido aciertos y fracasos. Hay actuaciones con las que he estado de acuerdo y actuaciones en las que estoy en franco desacuerdo. Pero, en mi opinión, pesan más los desaciertos que sus logros y, particularmente, que lo que escogió como bandera de su reelección.

Santos tiene un modelo de país en su cabeza y, en muchos aspectos, comparto esa visión. Pero tiene un gran problema de fondo de creer que ese país lo va a lograr a punta de acuerdos y de quedar bien con todo el mundo porque por ese camino lo que logra es prostituir su modelo y quedar mal con todos. Logró mayorías en el congreso en lo que se conoció como la aplanadora: una pieza de maquinaria que le permitía pasar casi todos sus proyectos pero que requiere un mantenimiento enorme; lo que siempre se conoció como aceitada pero que pasó a llamarse la mermelada.

Esa forma de hacer política no es nueva de Santos. Uribe la practicó y por ello suena irónico cuando la campaña del Centro Democrático esgrime a la mermelada como estrategia anti-Santos. Sonaría irónico si no es porque los uribistas lo creen. Y Uribe practicó ese método con Zuluaga de Ministro de Hacienda. Y antes de Uribe, lo usó Pastrana, y Samper, y Gaviria, y los gobiernos anteriores a la constitución de 1991 cuando se reconocían legalmente los así llamados auxilios parlamentarios.

Y sí, Santos ha usado el presupuesto de la nación, tramitado por los congresistas, para que estos dispongan de obras para sus regiones a cambio de pasar proyectos de ley. Juan Manuel Santos ha sistemáticamente criado una clase política que actúe en masa y, aun con ello, ha sido incapaz de lograr reformas claves como la reforma a la Salud, la reforma a la Justicia y la reforma a la Educación porque en su afán de afinar su maquinaria dejó por fuera al ciudadano de a pie, a las personas que reciben la salud, la justicia y la educación y a los profesionales que las aplican.

La implementación del tratado de libre comercio con los EE.UU., negociado durante la administración de Álvaro Uribe, trajo imposiciones sobre propiedad intelectual que favorecen al gran capital estadounidense, mismo gran capital contra el que se alzó el movimiento Occupy Wall Street, y no a los productores locales de semillas o de contenidos digitales, entre otras.

Yo creo en el libre mercado, pero creo que el libre mercado debe ser libre tanto para el gran productor como para el pequeño productor y debe ser libre para el gran consumidor y para el pequeño consumidor. Un libre mercado enfocado a favorecer al gran productor sobre el pequeño consumidor es una perversión del modelo y ahí encuentro diferencias fundamentales entre lo que propone Juan Manuel Santos y lo que yo creo. (Por cierto: una evidencia más de que Santos no es castro-chavista.) La tardanza en implementar sistemas de protección al medio ambiente frente a prácticas predatorias legales (e, incluso, frente a las ilegales), hacen que Santos esté lejos de ser el presidente que quiero gobernando a mi país por cuatro años más.

Y está el tema de la paz. Por un lado se supone que Santos pretendió armar eso como un asunto de estado, no de gobierno, pero luego, pareciera que su único caballo de batalla, su única propuesta para ser reelecto, era que él, Juan Manuel Santos, era el candidato de la paz. Claramente esto era un diferenciador frente a Zuluaga y el uribismo que prometían levantar la mesa de negociación en La Habana, pero los demás candidatos apoyaban plenamente o con reservas, las conversaciones con las FARC fueron así sistemáticamente ignorados.

Mi desilusión viene de antes. De los cinco candidatos que se enfrentaron en primera vuelta todos tenían sus peros. Ninguno lograba enamorar con sus propuestas o su carisma. La candidata conservadora Marta Lucía Ramírez me pareció que representaba a una derecha más seria, pero igual estaba demasiado a la derecha para mi gusto en temas sociales. Si hay alguien a quien creo rescatable en estos momentos en el Polo Democrático es, precisamente, a su candidata Clara López. Pero no veo al Polo, todavía, con la paciencia y liderazgo de Michelle Bachelet, Lula da Silva o Dilma Rouseff, para llevar su visión dentro de un cause democrático y dentro una economía de mercado. En Enrique Peñalosa veo una coherencia en su visión de país, empañada por una serie de saltos y piruetas en su forma de hacer política. Finalmente voté por Peñalosa por el tipo de personas que lo estaban apoyando en esta última etapa, pero tanto López como Ramírez eran para mí una mucho mejor opción para darle mi voto en segunda vuelta que Santos o Zuluaga.

Pero ni Peñalosa, ni López, ni Ramírez lograron llegar a la segunda vuelta.

Mi primera reacción fue que quedaron justamente los dos por los cuales yo no votaría; y dentro de este escenario contemplé abstenerme a votar en segunda vuelta, o esa abstención velada que es ir a la urna a anular el voto. Recuerdo que en 1998 me pasó eso mismo: no confiaba ni en Horacio Serpa ni en Andrés Pastrana y consideré seriamente anular mi voto, pero una vez en el cubículo de votación marqué sólo la casilla de Pastrana y deposité ese voto así.

Esa fue mi sensación durante el resto del domingo y el lunes.

El lunes, adicionalmente, sentí en redes sociales esa sensación de que me obligaban moralmente a votar por Santos para atajar a Uribe. Muchos a querer disfrazar o justificar su voto por Santos como un voto por la Paz. Dentro de mi duelo de no tener una buena opción para votar el 15 de junio próximo, me resentí a ese tipo de manipulación. Particularmente porque ni soy antiuribista, ni creo que Santos sea la Paz.

Pero, la verdad, las elecciones de segunda vuelta presidencial no se tratan de buscar un candidato por el que sí votarías, ni escoger entre el menos malo. Se trata de terminar de definir lo que no se definió en la primera vuelta presidencial.

En la primera vuelta presidencial ya se decidió que el próximo presidente de Colombia será una persona de tendencia económica neoliberal pro-gran-capital y comprometido a lograr la gobernabilidad comprando al congreso. Eso ya no está en juego y en mi opinión es un error si el Polo Democrático o la Alianza Verde pretenden lograr acuerdos programáticos con la campaña de Juan Manuel Santos a cambio de su voto. Lo peor que puede pasar es que Santos gane la segunda vuelta a costa de comprometerse con el Polo, con la Alianza Verde, con los conservadores de Marta Lucía Ramírez, con los congresistas mermelados, con Dios y con el Diablo y que ante una alianza tan disímil sea incapaz de cumplir cualquier cosa.

Esta segunda vuelta es para decidir, entre lo que ya se decidió, cuales puntos diferenciadores son los que deberían primar en el gobierno de los próximos cuatro años.

Y no votar, o anular el voto, es siempre una opción en una democracia libre.

Hoy me inclino por Juan Manuel Santos porque lo que no me ha gustado de Uribe y su campaña pesa más que lo que no me ha gustado de Santos. Porque prefiero un país donde haya paros y no uno donde la gente esté asustada de protestar contra el gobierno (y uds. ya saben que no me gustan los paros). Porque prefiero que se queme la posibilidad de una negociación de Paz en La Habana a, simplemente, levantarse de la mesa.

Pero dije: “Uribe y su campaña” pero el candidato presidencial no es Álvaro Uribe Vélez: el candidato es Óscar Iván Zuluaga Escobar. No he conocido a Zuluaga lo suficiente para realmente sentir cómo es él como persona o como futuro presidente. Si Zuluaga no es más que un títere de Uribe lo veo como una mala cosa porque sería un fusible, una oportunidad del uribismo de ser más radical aún de lo que fue porque al títere lo pueden quemar. Pero sospecho que Zuluaga no es un títere. Podría ser alguien aún más sectario que el expresidente y senador electo Uribe, alguien como Fernando Londoño Hoyos; o un clon ideológico como Andrés Felipe Arias; o podría ser, lo que creo más probable, una persona con criterio propio para tomar sus propias decisiones por fuera de la doctrina. Sospecho que Zuluaga puede ser esto último y, en ese caso, podría ver a Zuluaga como una mejor opción que Santos.

Hablo de una mejor opción no porque me sea ideológicamente afín. Ya perdí en la primera vuelta la posibilidad de tener un presidente ideológicamente afín. Sino una mejor opción de tener en el Palacio de Nariño, por los próximos cuatro años, un presidente que permita unas reglas de juego donde prime la discusión de qué es mejor para el país y no la discusión de quién gana.

Pero no conozco a Zuluaga lo suficiente, y dentro de lo que sí conozco me quedo con Santos sobre Uribe.


Una respuesta a “Por los próximos cuatro años”

  1. Es algo bien difícil para mi, no quiero equivocarme y sentir que el que yo elija haga las cosas mal, y vuelva el país una nada. Tu opinión es muy importante para ver las cosas desde otra perspectiva. Gracias por compartirla.

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