
Puedo ver un contraste en la forma como se vive el budismo en Tailandia frente a lo que vi en Japón; pero dado que no investigué a fondo, probablemente mi percepción esté bastante desfasada de la realidad.
Crecà en un paÃs mayoritariamente católico, cuando aún el catolicismo era la religión oficial y habÃa un concordato con la Santa Sede. En ese sentido, por lo general se daba por contado que tu vecino o el extraño en la calle era católico y la mayor diferencia era qué tan devoto era cada quien. Desde la beata rezandera que iba cinco veces por semana a misa, hasta el que nunca asistÃa y hablaba mal de los curas. Lo que cada persona en particular creyera sobre cosmologÃa o teologÃa era irrelevante: todos eramos católicos.

Salvo la región sur de Tailandia donde hay importantes grupos musulmanes, y pequeñas minorÃas cristianas salpicando la geografÃa, en Tailandia todos son budistas. Y todos son budistas como en Colombia eramos católicos. Algunos muy devotos y otros que viven como si la religión no existiera o no fuera importante. A la hora de la verdad, y mientras no se ofendan los sÃmbolos o las creencias, a nadie le importa si el otro cree más o menos o si es o no un budista de verdad.
Estar entre los templos de Tokyo, Kyoto o Kamakura siento que prima el espacio sobre la gente. Muchos de quienes van lo hacen con devoción para pedir o pagar favores a los espÃritus, para meditar u orar. Otros, incluyendo muchos japoneses, van para admirar el espacio, la arquitectura o las obras de arte que se exponen; y usualmente convive el respeto entre el turista y devoto. Algo parecido se nota en los templos tailandeses, pero la gente se siente más que los espacios. En algunos aspectos me sentÃa como cuando uno recorre iglesias turÃsticas en el sur de Europa o Colombia, donde la devoción y el turismo se agolpan en un mismo espacio.

Creo que lo que quiero decir es que en Tailandia, la práctica budista me recuerda mucho del catolicismo popular. Ese catolicismo que para muchos protestantes ni siquiera es cristiano, sino que está lleno de imágenes de santos, ofrendas para pedir favores, rezos y manifestaciones fÃsicas y públicas; tal vez cierta dosis de paganismo disfrazado de monoteÃsmo; y que no es algo que recuerde haber vivido o sentido en Japón, aún en sus templos, donde la manifestación religiosa más parece un ritual de vida, como el rito del té o los saludos elaborados entre amigos.
Personalmente me gusta observar la expresión cultural que se manifiesta en los rituales religiosos, mientras estos no maltraten a otras personas. Cuando asumà mi irreligiosidad no lo hice porque los dioses me cayeran en desgracia o porque detestara la práctica religiosa, sino porque no concibo lo sobrenatural como una necesidad para entender el mundo y porque el dios que por muchos años intentaron explicarme siempre fue para mà una variable más que hoy veo redundante.

Veo la expresión religiosa como una expresión cultural. Y como toda expresión cultural, hay cosas que me disgustan, tales como las corridas de toros, y cosas que gustan. Cosas que me parecen pintorescas y cosas que me parecen necesarias como aglutinante social. Bien sea el budismo al estilo tailandés o el catolicismo al estilo colombiano; bien sea el cristianismo evangélico o el luteranismo sueco; bien sea el islam o el budismo japonés, encuentro algo fascinante en la religión y la religiosidad independientemente de que no crea en sus dogmas.
Finalmente la vida no se trata de probar que lo que creo es más o menos cierto de lo que creen los demás. Es vivir, es sentir la experiencia e interpretarla de acuerdo a cómo hemos aprendido a interpretar las cosas. A pesar de todos los problemas que veo que las religiones causan, creo que es algo tan integral a la cultura humana que no soñarÃa con abolirla.