No hay nada gratis


Un conocido aforismo nos dice que no hay nada gratis. Todo tiene un costo. Todo lo paga alguien.

Otras personas en su afán de mostrar que todo socialismo es un desastre se empecinan en mostrar por qué los socialismos exitosos no son realmente socialismos. China se convirtió en la tercera economía mundial después de Estados Unidos y la Unión Europea (segunda si contamos los países de la U.E. por separado) porque son socialistas sólo de nombre y realmente son capitalistas; o los países nórdicos no son realmente socialistas porque hay libertades económicas.

Recientemente Finlandia suspendió un experimento: la renta básica garantizada, porque falló. No dio los resultados esperados. Falló de la forma como los abogados del libre mercado y el anarco-capitalismo vaticinaban: darle un sueldo a una persona independientemente de si trabajaba o no, elimina el incentivo al trabajo y con ello disminuye la calidad de vida.

Pero este experimento de la renta básica garantizada, es uno que falla entre muchos experimentos que han sido más o menos exitosos y que van en contra de la teoría libertariana.

No hay nada gratis,

Pero un padre sueco no tiene que preocuparse por la matrícula de sus hijos. No sólo tienen los niños residentes en Suecia (suecos o no) sus estudios garantizados, sino que eso no les cuesta a los padres una corona. Ni tienen que gastar en útiles escolares. Y además los niños reciben un almuerzo. Adicionalmente, los chicos tienen derecho a una tarjeta de transporte que les permite viajes ilimitados en el transporte público local entre semana. Y, encima de todo, le pagan a los padres de niños pequeños un subsidio por tener a sus hijos estudiando, dinero que va directamente a los niños cuando cumplen cierta edad.

Desde el punto de vista de los padres, más gratis que eso no puede ser.

Sí. Los maestros reciben un salario. Y el personal de la cocina y cafetería. Y quienes se encargan del mantenimiento de la planta física de las escuelas. Y los burócratas que se encargan del papeleo y de visitar a las familias que, por alguna razón, no han registrado a sus niños en la escuela. ¿Quién lo paga? Pues los mismos suecos, a través de impuestos.

Ahora, una familia con tres hijos, la madre chofer de bus y el padre desempleado, probablemente pague en impuestos mucho menos de lo que sus hijos reciben en educación y el padre en subsidio de desempleo (por no hablar de ciudades limpias, autopistas sin peajes, etc.). Una alta ejecutiva soltera y sin hijos, con un buen salario, por el contrario, estará pagando más impuestos de los que recibe en beneficios. Sí, la ejecutiva está subsidiando a los niños del papá desempleado.

El grueso de los impuestos que se convierte en subsidios, ayudas, servicios gratuitos como educación, salud y autopistas, lo pagan las grandes industrias. Bueno, al menos las industrias que no se «domicilian» en Liechtenstein o Mónaco.

Dentro de mi definición de socialismo, eso es socialismo: el estado se asegura de que las necesidades de la población sean resueltas (educación, gratuita hasta educación terciaria, salud, mantenimiento de la ciudad, autopistas, etc.), dando a cada uno de acuerdo a sus necesidades, y tomando de cada uno de acuerdo a sus posibilidades.

Y para los grandes contribuyentes, por ejemplo los grandes empresarios, es buen negocio. Una población educada significa buenos empleados que saben hacer bien su trabajo. Una población educada significa buenos clientes en el mercado interno. Buenas vías que le permiten mover sus mercancías, y que sus empleados y sus clientes lleguen a donde se producen y se venden sus bienes.

Los anarco-capitalistas dirán que el estado sigue sobrando como intermediario. Que la empresa podría construir las vías y contratar el mantenimiento sin invertir en una burocracia gubernamental al pagar impuestos. Incluso podría pensar que el trazado de las vías construidas de esta forma sería más óptimo para las necesidades de la empresa: vías que realmente sirva a sus empleados y clientes, a sus proveedores y sus mercados, y no que parte de lo que pagan en impuestos se destine a pavimentar vías de quienes no serán empleados, clientes o proveedores.

Y no es que el estado sueco esté libre de corrupción. De cuando en cuando hay titulares en los periódicos de que tal funcionario desfalcó tantos millones de coronas al estado. Suecia también tiene su cuota de elefantes blancos: grandes obras que costaron mucho y sirven a muy pocos, o no sirven y tuvieron que abandonarlas.

Pero, con todo y eso, las empresas suecas, y los millonarios suecos, siguen pagando impuestos en Suecia y apoyando a los gobiernos social-demóctratas, porque prima una visión de sociedad integral, que una visión de lucro individual. Porque entienden que gran parte del éxito individual es parte del éxito como sociedad.

La jornada laboral está entre 30 y 35 horas a la semana. Y el trabajador medio rinde lo mismo que un trabajador estadounidense que trabaja 48 horas a la semana, o un japonés que permanece en la empresa 60 horas a la semana. En parte, tener jornadas más cortas y descansadas es una motivación para lograr su cuota de producción dentro de esas pocas horas y salir a aprovechar su tiempo libre en otras labores. El japonés, por el contrario, su tiempo libre es la empresa, donde nadie lo afana para producir más allá de su cuota. ¿El resto? Juegue Tetris o duerma en la oficina, lo que es socialmente aceptable.

Más tiempo libre y un buen salario (que trabaje menos horas no significa que gane menos si igual produce lo mismo), es más consumo de ocio, lo cual significa un mercado para la industria del ocio, lo cual significa más empleos y más ganancias para otros empresarios. El éxito de la sociedad como conjunto (una idea socialista) repercute en el éxito individual, no sólo de los empleados de cuello azul de la sociedad, sino de los grandes y pequeños empresarios.

Ahora. Esta social-democracia está cimentada en un sistema capitalista con importantes elementos de libre competencia, libre mercado y otras libertades económicas. Esto funciona si hay grandes empresas que paguen sin problema sus impuestos. Funciona con millonarios que paguen impuestos. Si a la empresa no le gusta pagar impuestos, hay países como Liechtenstein y Luxemburgo que con gusto registran las empresas como locales cobrando impuestos mucho más bajos. Si un millonario no le gustan tantos impuestos, bien compra una casa en Mónaco o en Suiza donde los impuestos son más bajos y la registra como su residencia permanente. Gran parte de las operaciones internacionales de empresas suecas como Ericsson, Volvo o Ikea, están domiciliadas fuera de Suecia. Pero hay todavía suficientes empresas suecas y millonarios suecos pagando impuestos, por no hablar de los propios suecos que pagan uno de los IVA más altos del mundo (25%) y compran sus bebidas alcohólicas por medio del monopolio que mantiene el estado.

No hay nada gratis. Un sueco que no ahorre nada de lo que se gana, que se lo gaste todo, está destinando una de cada cinco coronas que gana a pagarle al estado por la educación de sus hijos (o de los hijos de otros), por su salud, por las autopistas que use (o no use), etc. Más de una por cada cinco coronas si le gusta beber mucho. Y esos servicios: educación, salud, vías, etc. los usará cuando los necesite, sin preocuparse del costo. Lo paga con un menor salario del que el empleador podría ofrecerle si el empleador tuviera que pagar menos impuestos (porque definitivamente lo que un empleador se ahorra en impuestos se lo paga a los empleados como salario). Lo paga como sociedad y recibe como parte de la sociedad.

Y funciona.

Tal vez un día el estado se permita cambiar el subsidio de desempleo (y sus condiciones) por una renta básica asegurada (con condiciones distintas). Y fracase como fracasó en Finlandia. Tal vez se extienda un beneficio y se cancele otro. Pero la esencia no cambia: una visión de la sociedad como conjunto con un fuerte componente de «a cada quien según su necesidad y de cada quien según su capacidad», fundado sobre un capitalismo de libre mercado con respeto a la propiedad individual y a las libertades económicas.

¿Funcionaría en Colombia?

Es más complejo.

El estado sueco no es libre de corrupción, y cuando un funcionario roba, roba bastante. Pero es ocasional. Aquí en Colombia la corrupción es sistemática e incluye a funcionarios de todos los niveles. Ha sido tan sistemática la corrupción en nuestros países que hasta los años 1980 una empresa sueca podía deducir de sus impuestos los sobornos que pagaba en nuestros países. Una sociedad tan moralista frente a lo público, veía los sobornos en países tercermundistas como parte de hacer negocios. (Desde luego esas exenciones las desmontaron cuando les hicimos ver su hipocresía.)

Porque eso es lo otro. La corrupción en Suecia es vista como un delito contra el pueblo. Es algo que el pueblo no acepta. Aquí es vista como algo cotidiano. Mientras no se robe mucho es aceptable: hoy por ti mañana por mí. Es aceptable que un policía de tránsito se deje untar, porque tal vez mañana yo pueda librarme de una multa untándolo.

Y por ello mismo desconfiamos. Si nos van a subir nuestros impuestos para que más niños puedan tener educación de calidad, estamos ya anticipando quién se robará esa plata, y luego, los que tenemos la capacidad de pagar esos impuestos, también estamos en capacidad de pagarle un colegio privado a nuestros hijos, así que ¿para qué debo pagarle el colegio a los hijos de los pobres? ¡Que trabajen ellos!

Comenzar una política social subiendo impuestos, en un país como Colombia, con nuestro grado de corrupción estructural, con la desconfianza que nos tenemos, lo que genera es una fuga de capitales. Meter de una toda la gratuidad de servicios suecos en Colombia sería insostenible con los impuestos recolectados y subir los impuestos ahuyentará a los contribuyentes.

Hay otro posible camino. Un atajo. Nacionalizar nuestra principal fuente de divisas, por ejemplo la extracción de hidrocarburos, y con esa chequera, el estado financiaría todo. Ese es, por ejemplo, el secreto de los reinos y principados del golfo. La familia reinante es también la dueña del petróleo, y con lo que gana tiene para subsidiarle la buena vida a sus súbditos. Chávez intentó eso en Venezuela, justo cuando el petróleo pasó de menos de 30 dólares el galón a más de 150. Tan rentable resultó PDVSA que ni siquiera era necesario administrarla bien y de ahí salieron ayudas para Cuba y para gobiernos y candidatos amigos en América Latina. Cayó nuevamente el precio del petróleo y todos los gastos que cubría PDVSA, dentro y fuera de Venezuela e incluyendo su propia ineficiencia, no pudieron cubrirse y el castillo de naipes del Socialismo del Siglo XXI se desmoronó.

Pero que sea difícil implementar un socialismo (del Siglo XXI o de estilo socialdemócrata nórdico) no significará que sea imposible, y menos con una visión a largo plazo. El camino venezolano, que es una mala copia del modelo petrolero árabe, no es fácil de adoptar en Colombia porque no existe un recurso único lo suficientemente rentable. Y el modelo nórdico tiene todo ese problema de credibilidad y que, igualmente, no existen industrias tan poderosas como Ericsson, Volvo o Ikea que puedan jugársela de la mano con un cambio. Bavaria es ahora Anheuser-Busch, una empresa cuyo centro de operaciones está fuera de Colombia. Nuestros otros dos billonarios (junto a Santo Domingo, otrora accionista mayoritario de Bavaria, hoy accionista minoritario de Anheuser-Busch), Ardila Lülle y Sarmiento Angulo, son alérgicos a la izquierda, y el Sindicato Antioqueño, no es tan alérgico pero prefieren apostarle a otros caballos.

Veo muy difícil que un próximo gobierno de izquierda pueda llevarnos de la mano a parecernos un poco más a Suecia, junto con el apoyo del empresariado colombiano. Sin ese apoyo, no nos convertiremos en Venezuela, pero básicamente habría un estancamiento entre no lograr las políticas prometidas o una fuga de capital (y probablemente ambas). Veo difícil pero no imposible. Y no veo a Gustavo Petro como la persona capaz de liderar este proceso.

En cuanto al candidato del establecimiento, Iván Duque, su referente no es el socialismo democrático de corte nórdico. Más bien tenemos a un discípulo de la escuela de Washington haciéndose pasar por godo uribista; pero, básicamente, a un producto del establecimiento que no hará nada drástico que amenace a este establecimiento.

Así que, no hay nada gratis. Y por ahora, pensar en algo lo suficientemente gratis que salga de nuestros impuestos que pagaríamos gustosos no lo veo cercano.


Una respuesta a “No hay nada gratis”

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