Hace tiempos no me daba el gusto de disfrutar de una buena columpiada. La mayorÃa de los columpios con los que me suelo encontrar están diseñados para niños y no para tipos de 200 libras como yo. Pero este parecÃa lo suficientemente sólido y los niños a mi alrededor no estaban interesados.
ParecÃa. Las cadenas del columpio no estaban soldadas y no podÃa dejar de pensar si alguno de los eslabones empezarÃa a ceder y a abrirse. No pude comprobar que eso sucediera, pero la preocupación fue suficiente para tenerla presente. Sobre todo porque no podÃa mecerme suavemente: tenÃa la necesidad de hacerlo con fuerza, con todo el impulso que mi cuerpo podrÃa transmitirle al columpio.
Necesitaba ese impulso, esa sensación de velocidad. La necesidad de descargar la tensión acumulada en ese instante de vértigo. Pero el sentirme inseguro me amarraba. Me hizo detenerme en seco en varias ocasiones. Continue reading