Reciéntemente veÃa partes del capÃtulo de No le digan a mi madre con Diego Buñuel en Johannesburgo. Una mujer de un comité civil de vigilancia hablaba de la necesidad de recuperar el derecho a dormir con la puerta abierta, en lugar de convertir a nuestros hogares en prisiones motivados por la inseguridad.
Hace unos dÃas comenzaron a hacer una obra en el edificio de al lado. Están cerrando la bahÃa de parqueo con una reja. De este tipo de protección ya se habÃa hablado en nuestro edificio pero no se habÃa emprendido la obra por falta de presupuesto. El caso es que mis vecinos perciben como una necesidad colocar rejas que protejan nuestro ambiente más cercano de los peligros de la ciudad.
La bahÃa de parqueo estaba originalmente diseñada para suplir la necesidad de parquaderos de visitantes a siete edificios, pero en algún momento la administración de uno de los edificios decidió levantar muros y abrir su propia entrada y mantener asà privada su parcela de la bahÃa. Pronto todos los demás edificios siguieron el ejemplo (salvo los dos del extremo occidental) motivo por el cual una gran bahÃa se conviertió en seis bahÃas más pequeñas.
Cuando aún no habÃa cesado el debate sobre si las bahÃas podÃan cercarse o no, el edificio del extremo oriental decidió hacer el cerramiento de su bahÃa instalando una reja a su alrededor para tranquilidad de sus residentes.
En distintas asambleas de propietarios y reuniones de consejo de administración nunca me he opuesto frontalmente a la idea, pero varias veces he expresado que no me gusta.
Actualmente la bahÃa de parqueadero de visitantes, con todos los obstáculos impuestos por muros y cadenas destinados a la parcelización, se convierte en una suave transición entre la ciudad y el edificio.
Recuerdo una vez que llegué a la madrugada después de una noche de trabajo. VenÃa con el láptop de la empresa y en el trayecto entre donde me dejó mi taxi y la porterÃa del edificio se me acercó un tipo. Se acercó como si quisiera preguntar algo, pero apenas vio al portero al interior de mi edificio se devolvió. (Hablando dÃas después con el portero, éste no se dio cuenta de nada).
A veces me pregunto qué hubiera sido si hubiera tenido que esperar afuera de una reja a que el portero la abriera.
Creo que en nuestro afán de hacer más seguro nuestro entorno inmediato estamos abandonando el resto de la ciudad a nuestra responsabilidad. Hacemos más segura nuestra bahÃa de parqueadero de visitantes y hacemos más insegura la calle por fuera de la bahÃa.
Nos imponemos obstáculos a nosotros mismos pero, una vez adentro, nos sentimos más tranquilos.
Separamos más claramente una ciudad allá, insegura, amenazante, cruel y un acá, la comodidad y la seguridad del hogar. Olvidando, a veces, que llegar a esa comodidad del hogar implica atravezar esa ciudad que nos empecinamos en abandonar y hacerla más insegura.
A la teorÃa de Giuliani y sus ventanas rotas (Wilson, Kelling, 1982) me gusta pensar también en la teorÃa de las bahÃas encerradas. En la medida en la que nos encerremos en nuestras casas, convirtiéndolas en pequeños castillos o, más exactamente, en pequeñas prisiones y abandonamos la ciudad, más insegura estamos haciendo esa ciudad.
No construimos prisiones para encerrar a los antisociales y sacarlos de las calles, sino prisiones para encerrarnos nosotros y dejar que los antisociales se apropien de las calles que hemos abandonado detrás de la reja. Y al tiempo que renunciamos a la ciudad, la hacemos y percibimos más insegura y por ello mismo sentimos más necesario seguir recluyéndonos en nuestras propias prisiones.