Yo creo en el amor


Bloguero invitado: José Luis Peñaredonda*

“Hasta que la muerte los separe”, dice el cura. Ellos sonríen. La muerte y el tiempo que los separa de ella es la última de sus preocupaciones. Ahora viene la ceremonia y la mamá de la novia está con los pelos de punta debajo del litro de laca que fija su peinado. Vienen los hijos, sacrificios, presupuestos y préstamos de vivienda, pero ya habrá tiempo para pensar en todo eso. Primero los gozosos.

Es que toda la gente que yo he conocido se ha casado ebria. No de alcohol al estilo Las Vegas, por supuesto. Ebrias de amor, de sueños. O, como dicen los neurocientíficos, de endorfinas. Si uno les hace caso a estos seres extraños de bata blanca que dicen que tienen todas las respuestas, estar enamorado es más o menos como haber consumido anfetaminas por un tiempo relativamente largo. Pero si uno los toma en serio, la vida se convierte en algo tan emocionante como una visita a la droguería.

Por eso yo prefiero creer en una versión cursi del asunto. Crecí soñando con una versión del amor eterno. que consiste en tener a alguien con el quien a pasear de la mano cuando tengamos 90 años y nuestra vida sexual sea un recuerdo borroso. Y ese sueño es horriblemente problemático, no tengo que decir por qué. Especialmente cuando renunciar a ese sueño es difícil. Muy difícil. Puedo construir argumentos racionales y filosos como una espada, pero esa vocecita molesta se las arregla para no callarse.

Y eso que solo he hablado del amor. No he hablado del matrimonio, una institución cuya cantidad de defectos –todos lo sabemos– es enorme. Otro sueño de esos que muchos cultivan toda la vida es tener una boda grande, bonita y costosa con todos los amigos. Y para ellas, con todas las amigas. Creo que, para la mayoría de las mujeres, las bodas son el equivalente de los carros para muchos hombres. Entre más grande y ostentoso, mejor. Sospecho que esa es una de las muchas rivalidades que las mujeres creen que mimetizan con la melosería y la ‘queridura’. El sueño no es solo tener una boda bonita. Es tener la boda más bonita entre las bodas de las amigas.

El asunto es que el amor eterno, para muchas personas, implica al matrimonio. Para ellos, cumplir el sueño del amor eterno los obliga a casarse. Pero ese no es el punto. El punto es: ¿A qué se debe que persigamos sueños que no nos convienen, por decirlo suavemente? Porque, creo, necesitamos de los sueños para darles sentido a nuestras realidades. Yo creo en el amor porque –lo confieso– sueño con el amor para toda la vida. Si no creyera en él no me hubiera dado la oportunidad de enamorarme. Pero enamorarme no me ha hecho olvidar todos los defectos y problemas del amor. Insisto en ello porque ese sueño del amor eterno me ayuda a levantarme todas las mañanas y a sobrellevar todas esas cosas malas.

Pero yo no creo en el matrimonio. Nunca he soñado con casarme, ni creo en la relación de necesidad que algunos trazan entre casarse y amar a alguien por toda la vida. Pero para alguien que cree en el matrimonio y sueña con estar casado con alguien para toda la vida, estar casado es vital. El matrimonio es difícil. Pero no claudicar en él es necesario para tener razones para seguir viviendo.

Por José Luis Peñaredonda. (@noalsilencio)
Autor de El resto del corcho.

Una respuesta a “Yo creo en el amor”

  1. Tengo 16 años y he escuchado argumentos estúpidos acerca del amor y el matrimonio.
    Tu escrito me pareció bastante significativo. Gracias por compartirlo.

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