Conflicto de libertades


Supón que estás en la biblioteca aprovechando el silencio para expandir tu mente con la lectura o tus divagaciones.  De repente aparece un grupo de personas gritando improperios; o puede que no sean improperios: simplemente gritando algo que no te es relevante o intrigante.  Es muy probable que te ofendas pues irrumpieron en tu concentración y en tu silencio donde esperabas encontrar tal silencio.

¿Y si no fuera en una biblioteca donde esperas el silencio para conversar con un libro sino en el sitio donde esperas el silencio para hablar con tu concepto de ser superior?

El performance de las integrantes de Pussy Riot en el Templo Catedralicio del Cristo Redentor del Patriarca de Moscú no fue sólo un acto de expresión artística y política: fue un acto deliberadamente ofensivo.  En el video del acto se ve la cara de consternación de los asistentes a la catedral. (0:12)

¿Tiene la libertad de expresión límites?  Lo contestaría como un sí y no.  Creo que todos debemos tener la libertad de decir lo que queramos y como queramos, así sea política o factualmente incorrecto.  Si yo quiero decir que simpatizo con Hitler, o con las FARC, o con las corridas de toros o con la caza de ballenas para fines científicos, debo poder decirlo.  O si quiero invocar públicamente a la Virgen María para que saque a Putin del poder, debo poder expresarlo.  Si quiero masturbarme en la Plaza de Bolívar para demostrar mi desacuerdo con los políticos, eso es parte de la libertad de expresión.

Pero poder expresar algo libremente no nos libra de las consecuencias sociales, morales o legales de lo que expresemos.  Como con toda libertad habrá un momento en el que esta entra en conflicto con las libertades y derechos de los demás.  Mi expresión puede molestar, ofender o dañar reputaciones.  Mi expresión puede atentar incluso contra la vida humana bien porque puedo causar pánico en una multitud o puedo inspirar un crimen de odio.

Conozco muchas personas, y me incluyo entre ellas, que insisten en que una moralidad religiosa no debe imponerse como moral única de una sociedad laica de corte liberal, y uno de los casos en los que nos expresamos es a defender el derecho a la autonomía sobre nuestros cuerpos.  La autonomía de decidir si tenemos sexo consensuado con otros adultos.  La autonomía de decidir si queremos alterar nuestras mentes con substancias psicoactivas como el tabaco, el alcohol o la mariguana.  La autonomía de decidir si queremos o no una muerte pronta frente a una enfermedad terminal dolorosa y onerosa.

Incluso si estamos convencidos de que la religión es una ficción y un método de control mental de las masas, debemos reconocer que una persona es tan libre de optar por tal ficción y control como lo es de fumarse un porro o de aspirar una línea de cocaína.  La libertad de cultos es un derecho social tan primario como la libertad de expresión o la libertad de decidir sobre nuestros cuerpos.  Y una verdadera libertad de culto no se basa en permitir que cada uno de nosotros crea o no, sino en la libertad de practicarlo y el respeto de los demás al sentimiento religioso de cada uno.

Las Pussy Riot no sólo expresaron su opinión sobre Vladímir Putin.  Ellas ofendieron a una comunidad religiosa.  Ese tipo de ofensas tiene distintas consecuencias en diferentes países y vertientes políticas.  Si ellas hubieran hecho lo mismo en una mesquita en un país de mayoría musulmana muy probablemente no hubieran llegado vivas al juicio.  Si lo hubieran hecho en la Catedral Primada de Bogotá, tal vez las hubieran arrestado por desorden público pero no habrían sido condenadas a prisión.  Probablemente ni les hubieran levantado cargos.

Aun recuerdo a mediados de los años 1980 un escándalo porque un fotógrafo tomó unos desnudos en la Catedral de Sal de Zipaquirá.  Aun bajo el concordato y la constitución de 1886 el fotógrafo Ángel Becassino y la modelo Flor Alba Devia fueron arrestados por apenas unos pocos días sin que hubiera una condena real en el juicio subsiguiente.

En este aspecto prefiero vivir en Colombia que en tal país musulmán o en Rusia.  Porque si bien las Pussy Riot no son inocentes palomitas, su acto de expresión artística y política fue una grave ofensa a un sentimiento religioso pero no fue una incitación al odio.  A menos que esas chicas lo que hayan incitado fue el odio hacia ellas y, de carambola, el odio de la sociedad internacional hacia la Rusia de Putin.

En mi opinión ese acto de expresión no debió haber quedado sin consecuencias, pero dos años en una colonia penal me parece exagerado para un acto que no afectó más allá de una susceptibilidad religiosa.

Ahora.  No nos razguemos las vestiduras frente al tiránico régimen ruso de Vladímir Putin.  Tal vez aquí no detangan a una punketas por saltar con pasamontañas dentro de una catedral, pero nuestros regimenes democráticos y occidentales con cierta frecuencia exageran ciertas manifestaciones para callar a los otros.  No en vano el término “sicario moral” es de amplio uso de nuestros políticos para referirse a la prensa.

En últimas lo que estaba en juego para Putin no era proteger el derecho de los cristianos ortodoxos rusos a practicar su oración y meditación en paz sino mostrar su fortaleza.


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