Modelos de estado


Si hubiera una sola visión válida de la vida todo sería sencillo y el juego político simplemente se ceñiría a ella, pero la vida es muy compleja y los intereses de cada uno de nosotros se complementan, se alinean, chocan o nos separan de los intereses de nuestros semejantes.

Estoy con un compañero de viaje por la campiña y vemos, tal vez yo primero, una manzana en lo alto de un árbol. No tengo hambre pero me provocó la manzana, trepo y la bajo, y la guardo para más tarde. Mi compañero, por el contrario no hizo nada para conseguir la manzana, lo más probable fue porque fui yo quien tomó la iniciativa y el sólo observó, o tal vez porque estaba débil. Observó con hambre pues hacía tiempos no comía. ¿Quién tiene más derecho a esa manzana? ¿él que la necesita pero no la pudo conseguir o yo que hice el esfuerzo? Tal vez yo debería ser generoso y dársela, pero ese debe ser un acto mío libre y no una imposición.

Aquí tenemos un dilema ético y un dilema político. Cada uno de nosotros tiene intereses y cada uno de nosotros cree tener el derecho de hacer valer sus intereses. Algunos hemos trabajado por la manzana, otros la necesitan para paliar su hambre, y hay ocasiones donde el trabajo de unos impide a los otros obtener de primera mano sus beneficios esperados. Un sistema político puede tender a favorecer al que adquiere derechos por sí mismo, otro puede preferir favorecer al más necesitado. El primero favorece la desigualdad; el segundo se impone sobre nuestras libertades. En principio ninguno de los dos sistemas políticos es más o menos moral, simplemente se basan en principios distintos. Cada uno tiene sus defensores y sus detractores, y cada uno favorece a intereses diferentes de la población.

Hay otros tipos de conflictos: la tradición contra la innovación; la seguridad contra la libertad; la visión común contra el derecho a disentir.

Mucho se habla sobre los impactos del cambio en una organización. Cuando las cosas no cambian se forman expectativas basadas en lo que vivimos. Tenemos, por ejemplo, nuestros empleos y con ellos sostenemos a nuestros hijos y a nuestros padres y esperamos que cuando seamos viejos y no podamos seguir trabajando sean nuestros hijos quienes nos sostengan. Pero nuestros hijos pueden tener otro plan de vida, tal vez impuesto por el estado que para garantizar la inequidad de esta situación interviene para que cada uno de nosotros trabaje su propia pensión. Nuestros hijos no esperarán que sean nuestros nietos quienes los sostengan de viejos y no esperan tampoco tener que sostener a sus propios viejos. Cuando se hizo el cambio ya estábamos muy viejos para tener nuestro propio ahorro y el estado no nos garantiza una pensión y nuestros hijos están pagando por sus propias pensiones. El cambio, tal vez bien intencionado, afecta mis expectativas, y rompen con lo que yo esperaba. Eso no es justo. Pero continuar la tradición, en la cual los hijos cuidan de sus padres, no es justo tampoco con quienes se hacen viejos sin tener hijos que cuiden de ellos. ¿Tradición o innovación? Algunos nos beneficiaremos de una y otros se beneficiarán de la otra.

Cuando todos profesamos una misma religión, podemos basar nuestro estado en ese sentimiento religioso y calcar los principios éticos de la religión en el funcionamiento del estado. Pero cuando no todos profesamos la misma fe, o no todos entendemos esa fe de la misma forma, surgen nuevos problemas. Religiones como el cristianismo da respuestas simples a inquietudes simples y da respuestas compleja a inquietudes más complejas. Los dirigentes del estado y de la iglesia promueven la sumisión a la fé, pero los intelectuales y los teólogos nos recuerdan que en la prédica de Cristo nos invitaba a sobresalir y a escoger. La misma religión, pero dos visiones enfrentadas. Y en el sentimiento religioso, lo que para uno es un valor, para otros es una tara.

El creyente cree que el demonio enceguece al librepensador y no le permite ver la verdad de Dios. El librepensador cree que el creyente está enceguecido por su propia creencia impuesta por la tradición y los líderes religiosos. Es un conflicto que se hace evidente cuando definimos un modelo de estado. El modelo secular, con separación de iglesia y estado, permite definir principios comunes para los no creyentes y para los creyentes de diferentes religiones, pero eso da pie también a un conflicto personal cuando cada uno de nosotros debe escoger entre la ley suprema de nuestro dios, o la ley de los hombres.

Y viene el asunto de la seguridad. Yo quiero disponer de mi manzana y para mí es una amenaza el estado que me impone compartirla con el vecino, pero también es una amenaza mi otro vecino que simplemente me la quiere robar. Para mi vecino con hambre, el estado que le impide quitarme la manzana es una amenaza también. El estado no sólo debe brindarme unas reglas claras que me permitan decidir si comparto o no mi manzana con mi vecino hambriento, también le exijo que me proteja de quien me la quiere arrebatar por fuera de los conductos legales. Al estado le exijo seguridad: seguridad contra los rateros, seguridad contra el crimen organizado, seguridad contra las amenazas naturales, seguridad contra una invasión extranjera, etc.

Pero mis otros vecinos también exigen seguridad para sus propios intereses, y si el estado debe suplir todas esas necesidades de seguridad para todos nosotros, en una sociedad enorme donde no todos nos conocemos personalmente, se corre el riesgo de que el estado nos trate a todos como sospechosos. Ese estado al que yo le exijo seguridad, atenta contra mi libertad. Y esto no sucede sólo a nivel de la relación entre el estado y sus súbditos, sino a nivel personal también. Si yo quiero proteger mis intereses termino formando una jaula alrededor mío, pero esa misma jaula me impide salir con libertad.

Cada cara del prisma, cada dilema ético y social, es un dilema político. La forma de resolver uno u otro problema van dando forma a cada estado y cada modelo de estado favorece a unos y perjudica a otros. Yo puedo creer que lo ideal sería un estado más justo con todos, pero la justicia es un término relativo. ¿Qué es lo justo? ¿Favorecer los derechos adquiridos y las expectativas dictadas por la tradición? ¿o combatir la inequidad favoreciendo siempre al más necesitado? Si la justicia siempre se pone del lado del más débil, no hay incentivos para el progreso personal: es más cómodo y más fácil ser ese débil o aparentar serlo. Es mejor no destacarse. Si por el contrario, la justicia favorece siempre a quien consigue las cosas para sí mismo, aumenta la desigualdad económica y crece la insatisfacción de los débiles quienes, ante una justicia que no los favorece, se sentirán titulados a tomar las cosas por sus propios medios.

No existen modelos únicos de izquierda y derecha. estamos ante un prisma multifacético donde cada pregunta individual se encuentra en una dimensión distinta. Algunos pensadores han definido un esquema de dos dimensiones basados en el grado de libertad económica y el grado de libertad social. Un eje tiene que ver con qué tanto se mete el estado en nuestros propios bolsillos para imponernos gravámenes u otorgarnos subsidios, para permitirnos actuar o para regular nuestra actuación. El otro eje muestra el tamaño del estado en otros asuntos tales como las libertades individuales. ¿Debe el estado imponernos una moral o dejarnos en libertad de que cada uno de nosotros encuentre esa moral?

Dos ejes son todavía insuficientes. Dos estados pueden ser altamente intervencionistas en el aspecto económico y sin embargo muy disímiles: por ejemplo uno puede promover impuestos progresivos (a mayor riqueza mayor porcentaje que se impone en los gravámenes) y una serie de subsidios para compensar a los más pobres, otro estado prefiere esquemas impositivos más simples, pero se mete en el funcionamiento interno de las empresas definiendo al detalle una serie de regulaciones medioambientales y de responsabilidad social que debe cumplir para poder operar. Ambos modelos buscan que los grandes generadores de capital (los ricos, las empresas) favorezcan a los menos favorecidos por medio de imposiciones, pero de formas muy diferentes que dan lugar a conflictos y a oportunidades diferentes. No creo que estén al mismo sentido de un eje izquierda-derecha el modelo de estado que exige a una empresa que no contamine, a un estado que grava enormemente a los dueños de la empresa y reparte la contribución a los trabajadores y desempleados, ni mucho menos el estado que expropia la fábrica y la reparte entre los empleados. Estas diferentes formas de intervenir en las libertades económicas no son necesariamente todas iguales.

No creo que haya un modelo único y perfecto de estado del cual todos los demás sean aberraciones. Cada uno de nosotros encontrará nuevas oportunidades y nuevos conflictos de intereses en cada modelo de estado. Y cada uno de nosotros considerará injusto un modelo de estado que privilegie los intereses de los demás sobre los propios.


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